Hace
exactamente diez años que nos dejó el hombre a quien considero de
justicia hacerle esta semblanza, por lo que representa su figura en el
panorama histórico del flamenco en Extremadura y porque los que sentimos
este arte no podemos dejar de recordarlo con el cariño y respeto que él
mismo nos regaló mientras vivió. Aquel 21 de febrero del 2004, caía
desplomado en una calle de Génova, ciudad italiana a donde había viajado
con unos amigos a pasar unos días y a empaparse de arte, porque nuestro
protagonista sabía apreciarlo y disfrutarlo en toda su extensión. Aquí
la noticia nos cogió por sorpresa pues Joaquín era un poco como nuestro
padre espiritual en el flamenco, un referente y guía para todo el que
estuviera dispuesto a aprender con él y de él. En aquellas fechas, yo no
pertenecía a la Asociación de Arte Flamenco de Badajoz y asistía
esporádicamente a las tertulias. Nuestra universidad era la casa de la
amiga Antonia ,"Yeye", donde escuchábamos cante añejo y moderno a toda
pastilla y cuyo domicilio era punto de encuentro de muchos artistas
flamencos de Badajoz y Sevilla. Digo esto porque no era fácil, por
tanto, para mí coincidir con Joaquín y siempre que, muy de tarde en
tarde, nos veíamos me preguntaba por mi padre, con el que guardaba
entrañable relación por ser ambos aficionados, además del flamenco, a la
caza con galgos. Iglesias me llamaba. Entonces aprovechaba para
preguntarle alguna duda, que era inmediatamente aclarada con la
sapiencia del maestro, y recuerdo la primera vez que charlé con él
aunque para mí era ya conocido. Fue en una venta y acabábamos de grabar
con "La Caíta" para la compañía teatral "Suripanta" (una versión de
"Othello" ambientada en un cortijo del sur), y estando en el local con la
cantaora se nos solicitó que hiciéramos alguna cosilla, así que tiré
fuera la sonanta y le acompañé los tangos, que iban muy ligeritos como
lo demandaron para la escena de la obra y, claro, yo no entendí hasta
acabar que allí se "chanelaba" de verdad. Así que me veo al pobre
Joaquín negando con la cabeza hasta que, al terminar, y tras
presentarme, le comenté que ése no era mi estilo, que a mí me gustaba el
compás más pausado y le toqué un par de falsetas más relajadas hasta
que agarró el instrumento y se dejó caer dos cosillas ejemplares que
agradecí con un reconocido abrazo.
Ese día supe quién era el
señor Rojas Gallardo. Nació Joaquín el 18 de abril de 1943 y, desde muy
niño, se interesó por la guitarra comenzando a los nueve años su
aprendizaje con Manuel Terrón. Tras tres temporadas de enseñanzas, el
maestro le comentaba a Antonio Regalado que tenía un alumno que era un
caso insólito para el aprendizaje de la guitarra y que se encontraba
atónito porque no tenía más que enseñarle sobre falsetas, compás y
acompañamiento al cantaor. También practicó la guitarra moderna con su
juvenil grupo llamado "Los Megatones", con los que ganaron un concurso
en la piscina Florida, allá por los últimos cincuenta, y sus compañeros
ponderan igualmente su saber hacer guitarrístico. Así que entre Punta
Umbria, donde veraneaba, y Sevilla, donde marchó a estudiar, se empapó
de cante, baile y toque y fue el origen de tantas noches de experiencias
en tertulias y juergas mientras que en Badajoz se hacía notar en "La
Parrala" o en "El Sótano" (en casa de Paco Sáez llegó a acompañar al
Porra con 14 años). Sin estas reuniones, falta lo esencial para tener
una idea de qué va esto y de las que nuestro protagonista andaba más que
sobrado porque, a pesar de su juventud, eran muchos los cantaores que
demandaban su acompañamiento. Cuenta Pedro Antonio Sánchez cómo,
solicitando un guitarrista a finales de los 60 en un prestigioso tablao
madrileño, se fueron a fijar en una promesa, la mejor de toda la raya de
Portugal, según un guitarrista de tronío, es un payo colorao de
Badajoz, todavía demasiado joven, que responde al nombre de Joaquín
Rojas.
Con todo este bagaje y conocimiento se vuelca con el
mundo del flamenco y los toros, su otra pasión, así que toca enumerar
algunos de los méritos de Joaquín Rojas Gallardo: fue socio-fundador de
la primera entidad flamenca registrada en Extremadura, la Asociación de
Arte Flamenco de Badajoz. Socio-fundador de la Federación de Entidades
Flamencas de Extremadura. Miembro del jurado en infinidad de concursos,
entre los que destacamos el Internacional de flamenco de Nimes, Nacional
de Córdoba, La Minas en La Unión, Yunque flamenco de Cataluña, Nacional
de Cantes Extremeños, de la Confederación Andaluza de Peñas Flamencas o
del Nacional de la Taranta en Linares, y fue elegido presidente del
congreso de Barcelona. Como investigador, llevó a cabo más de cincuenta
conferencias con temáticas variadas: "El flamenco y los toros" (nada
menos que en Las Ventas de Madrid, en dos ocasiones), "Ese cronista
taurino llamado flamenco", "Apuntes sobre la guitarra flamenca", "Cantes
autóctonos de Badajoz", "Semblanza artística de Manuel Vallejo", "...
de Porrina", "Flamenco y gastronomía", "La saeta y el flamenco", etc.,
etc. Y dada su sapiencia, nos dejó para la afición una antología de
Manolo de Badajoz, una selección de los Cantes Extremeños y otra
antología de Porrina, además de ejercer como crítico taurino y flamenco
en revistas especializadas y, por supuesto, en este diario, merced a
crónicas que daba gusto leer por justas y acertadas. Recuerdo, entre sus
muchas apariciones, un artículo reivindicativo de los "Badajoz" (los
guitarristas Manolo, Pepe, Ernesto y Justo), titulado "Hermanos Álvarez,
¡qué olvidados os tienen!". Así no era de extrañar que de su cuño se
proclamara la premisa "El Flamenco también es cultura extremeña", y no
podemos imaginar qué otras aportaciones al flamenco nos hubiera legado
de continuar entre nosotros su corpulenta sabiduría.
Joaquín ha
dejado un vacío enorme y le echan de menos en congresos y reuniones
donde solía tocar, cuando se terciaba, con mucho arte, que bien se
hubiera podido dedicar profesionalmente a ello, aunque en la placa de
la calle con la que su ciudad le recuerda reza "Joaquín Rojas Gallardo,
flamencólogo". Para concluir este recuerdo de Joaquín, quiero dejar
prendidas unas palabras de su amigo, el cantaor y erudito Alfredo
Arrebola, con quien compartió muchos momentos y vivencias. Era tan
humano y generoso, que bien se le pueden aplicar los versos del poeta
granadino Manuel Benítez Carrasco:
"Aunque muriera de sed
si lo llamaba un amigo
dejaba el agua correr".
Lolo Iglesias
http://flamencuras.com/2014/02/recordando-a-joaquin-rojas-lolo-iglesias/