El Avisador de Badajoz

Ayer, a mediodía, esperando en un céntrico paso de peatones, una pareja de septuagenarios trataba de alcanzar mi acera, con el semáforo en rojo. Nada de particular si no fuera porque el anciano, aquejado de alguna imposibilidad física u orgánica, iba pasito a pasito, arrastrando sus zapatos, haciendo interminable el cruce. Momento angustioso, con los coches circulando, en tanto la señora, muy señoreada ella, tres metros por delante, acera por medio, daba la espalda a su marido, más solo que la una.

Y pensé en las mil veces que el viejino de la estampa ayudaría por la calle a su novia, primero, y esposa, después, a superar dificultades y pruebas sin cuento, agarrándola de la mano, llevándola del brazo, abriéndole un paraguas en un chaparrón, poniéndole una prenda al saltar un charco y cosas así. Y, ahora, en la vejez y en la enfermedad, la tía lagarta que va y le paga, dándole la espalda en un momento crítico, al atravesar un vulgar paso de peatones... ¡La hija de su madre, cuánta deshumanización!