Muy
mal lo tienen los hijos del bienestar. Aquellos padres que se lo dieron
todo --y que siguen dándoselo, pues han vuelto a casa como pródigos
evangélicos de los gordos epulones-- ya no alcanzan a encapricharlos
más. Se acabaron los ladrillos, como se acabó la sopa boba de los
conventos y se han acabado hasta los propios conventos: caserones sin
frailes benedictinos, agustinos, franciscanos, lasalianos o jesuíticos,
que tanto dieron que enseñar a trabajar. Y eso que aún Cáritas resiste,
aunque la acosen los enemigos de la libertad religiosa. Volver a la cruz
hacendosa.
Retornaron
los tiempos de las vacas flacas egipcias y habrán de emigrar esos niños
adolescentes a países más ricos para sustentarse, regalando, casi
regalando, su excelente preparación científica e informática. Así está
la vida, languideciendo. Hasta que alguien --¿quién, por favor?-- la
espabile con un sopapo de valores económicos, sociales y morales. ¡Basta
ya de seguir a la deriva, sin saber qué hacer ni por dónde soltar
lastre! "Y la nave va", decía el Dante, pero ahora no va, que se encalló
en las arenas nada movedizas de los mercados globales. ¿Hasta cuándo?
Todos asentados en los bancos, pero ni los bancos resisten la pose del
culo ni compensan las deudas de las hipotecas habitacionales.
Se
nos murió en silencio casi centenario el novelista de nuestra juventud
soñadora, José Luis Martín Vigil, -de ello nos hemos enterado al cabo de
un año- y la vida no sale a nuestro encuentro, sino que la muerte está
en el camino, la droga sigue siendo tan joven como letal y estamos
hundidos en la sexta galería de la mina ansiolítica. Entonces, al menos,
pujábamos por ser algo y alguien.
Estoy
entre los que le tuvieron al excura ovetense como un guía literario
para salir de las torturadoras crisis juveniles. Mi profesor de
matemáticas --inolvidable Hermano Manuel-- me daba a leer sus textos en
medio del indescifrable laberinto de las raíces cuadradas y las fórmulas
del círculo y la circunferencia, el seno y el coseno. Nunca entendí el
mágico número pi, pero ascendí gracias a él del abismo de la ensoñación
en que me hallaba, a la luz de las palabras arborescentes. Por eso, hoy,
escribo lo que escribo. Lectores, jóvenes o maduros: tiempos nuevos
volverán y nos harán mejores, más granados en la adversidad. (¡Ojalá!).
Apuleyo Soto Pajares
apuleyosotopajares@hotmail.com