Como todo el mundo sabe, Badajoz es un paraíso cuando del buen
comer y del buen beber se trata. Y si fijamos nuestra atención en sus
muchos locales hosteleros --bares, cafeterías, tabernas, cervecerías,
mesones y demás estanivés--, ya no te quedan palabras. Y entre todos ellos destacan sus
afamados bares de tapas y raciones, que los hay a mogollón en el centro
histórico pacense y en todas sus barriadas. En todas, por muy alejadas que
estén del centro.
Y uno de los más populares del centro moderno
de Badajoz es, sin duda de clase alguna, el bar-restaurante La Aldaba,
abierto hace ocho años y sito en la céntrica plaza de Santa María de la
Cabeza, en Santa Marina. Famoso por sus tapas XXXXXXL, además de por su
rica comida casera, ésa de las abuelas de toda la vida, paradigma de la dieta mediterránea. Y eso cuando no te ponen las tapas a pares,
que es lo más común.
Uno de mis sitios favoritos, por cierto,
donde sienta sus reales un tal José Francisco González Morales,
jovencísimo hostelero que vive a caballo entre Talavera la Real, donde
tiene la casa solariega, y Badajoz. Y al que si le mientas por su
nombre, José Francisco, seguro que no te responde, pues todo el mundo
lo conoce por Chico. Tipo encantador, culto y servicial este Chico, al
que secunda una tropilla de excelentes camareros, como son Juan, José y
Rafa, entre otros más. Eso por no hablar de las damas de la cocina, que aquí
reinan las mujeres. Cocineras cinco estrellas, resplandeciendo con luz
propia Susan, la patronal, y Francis, la santa madre del baranda de La Aldaba. Como ven, ambiente más casero y familiar, imposible.
Pero
si por algo se distingue La Aldaba --que ha sido remodelado últimamente-- es por el exquisito trato que
dispensa a su clientela. Especialmente, a los asiduos, como al abajo
firmante y a la patronal, que nos tratan como de familia. Y es que
no acabamos de entrar, cuando ya tenemos puestas dos copas en una mesa
y los dos platazos de aperitivos para picotear. ¡Se saben de memoria
los vinos y las cervezas que bebemos! Pero ya es para nota cuando les
pides unas raciones o el menú de la casa. Platos como para camioneros
descarriados, tú. Ideales para la mesa de San Francisco, "donde comen
cuatro, comen cinco", que me decía mi tía Federica, la del pueblo. Y
cuando el tal Chico nos ve derrotados, a punto de entregar la cuchara,
sin poder terminar los platos, el prenda siempre te dice que "es mejor
que sobre, que no falte". ¿Será posible? Pero es que hasta las cocineras
también te mandan algún recado: "¿qué tal la comida?", "¿y el
postre?"... Como unas madres, vamos. Para rematar, "¿hace un cafelito, una copita de licor...?". Y siempre hace, que invita la casa.
PAPANOELES
Y ahora que estamos en la pre-Navidad, como tantos
establecimientos hosteleros que se precien, tienen el local decorado de
forma abigarrada y popular con guirnaldas, lucecitas y papanoeles. Y
hablando de estos últimos, han colocado cinco de ellos en sitios
estratégicos del bar, como en una especie de museo navideño, siendo la
comidilla de los que entran, provocando sonrisas y comentarios mil.
Y es que, damas y caballeros, jubilatas y pensionistas, los cinco papanoeles se
las traen. Uno, con... ¡una metralleta entre los brazos!, junto a un
televisor, mirando a la puerta. "Vigilando, por si alguien se va sin
pagar", te explica el sonriente Chico. Otro, a caballo de un jamón pata
negra, que no hay quien lo quite de encima, como que lo conocen por "El
espabilao". Otro más está apalancado encima de una enorme botella de promoción de
Trampal --un vino tinto de Bodegas Ruiz Torres, de Cañamero (Cáceres)--. Y le han puesto como alias "El borrachuzo", que manda huevos, tú. A otro que está leyendo una
revista lo conocen por "El intelectual". Y hay un quinto que está
en una repisa elevada, por encima de los demás y con las piernas
recogidas, como en ademán contemplativo. Todavía no le han puesto un
mote, pero no os preocupéis, que se lo pondrán.
Chico y equipo A --A, de Aldaba--, definitivamente, sois los mejores.