El pasado 20, día de San Bernardino de Siena, se presentaba en Badajoz,
concretamente, en el Salón de actos de la sede pacense del Arzobispado
de Mérida-Badajoz, un libro monumental, extraordinario, una de las
joyas de la bibliografía extremeña del siglo XXI, un libro, en fin, muy
esperado, y, por tanto, necesario: La Catedral de
Badajoz (1255-2005).
Libro gestado durante varios años, en el contexto del 750 aniversario
de la Catedral metropolitana de San Juan, y sacado adelante, gracias al
empeño personal y a la tenacidad de su director, Francisco Tejada
Vizuete. Un extremeño de Granja de Torrehermosa, afincado en Badajoz, que, a pesar de la
edad --68 tacos, uno menos en Canarias-- y la fragilidad aparente de su
figura, como la de no haber roto un plato en su vida, ha conseguido
poner en pie, con la ayuda impagable de un equipo multidisciplinar de
altura y tres patronos de ringorrango, una obra de casi 800 páginas.
Canónigo ilustre e ilustrado del Cabildo pacense, responsable del
Secretariado de Patrimonio de la Archidiócesis, director del Museo
catedralicio de la ciudad, con numerosos trabajos sobre religiosidad y
música y danzas populares, además de una autoridad nacional en platería
y arte religioso, así como profesor del Seminario de San Atón, del
Centro de Estudios Teológicos de Badajoz, director de la revista de
estudios religiosos Pax et Emerita, académico correspondiente de la Extremeña de las Letras y las Artes, y siete cosas más, que me reservo.
Todo
un acontecimiento social, cultural, religioso y, por ende, histórico,
el que vivimos en la noche de San Bernardino, con el Salón de la
histórica Casa del Cordón lleno hasta la bandera --unas 200 personas--
y con gente de pie en los pasillos de entrada. Y de todos los ámbitos
de la cultura y la sociedad extremeñas: periodistas, profesores,
académicos, bibliófilos, profesionales liberales, integrantes de los
variopintos grupos y asociaciones eclesiales de la ciudad, directores
de Museos, Archivos y Bibliotecas, pensionistas y jubilatas
comprometidos y, claro es, el Cabildo catedralicio al completo, junto
con párrocos de la ciudad y otros miembros de la curia diocesana. Y en
la primera fila de butacas, como adelantados del pueblo llano, el
alcalde de la ciudad, Miguel Celdrán Matute, con su fiel escudera,
Consuelo R. Píriz, concejala de Cultura, a quienes acompañaban, entre
otras autoridades y representaciones, Esperanza Díaz, directora general
del Patrimonio, Paco Muñoz, director del Área de Cultura de la
Diputación Provincial, así como diversas autoridades militares y
responsables de los Cuerpos de Seguridad del Estado.
Y
en la mesa presidencial, de izquierda a derecha, el mentado Francisco
Tejada, José Manuel Sánchez Rojas, presidente de Caja de Badajoz y su
Fundación, Leonor Flores Rabazo, consejera de Cultura y Turismo,
Santiago García Aracil, Arzobispo de Mérida-Badajoz, Tomás Martín
Tamayo, secretario segundo de la Asamblea de Extremadura, Antonio
Montero Moreno, Arzobispo emérito de Mérida-Badajoz, y Sebastián
González González, a la sazón, vicario general del Arzobispado y deán
del Cabildo catedralicio pacense, dos en uno. Y, por si alguno no lo
sabía, los altos representantes de la Junta de Extremadura, la Asamblea
y la Caja de Badajoz eran, además, los patronos de la obra.
Y, completando la estampa, como testigos mudos del singular
acontecimiento, en las paredes de la sala podían verse los cuadros de
los últimos doce prelados que ha tenido la diócesis pacense, con un par
de grandes fotos del Arzobispo Santiago y del Papa Benedicto XVI.
FRANCISCO TEJADA, EL DIRECTOR
Como
maestro de ceremonias actuaría el jefe de protocolo del Arzobispado,
Felipe B. Albarrán Vargas-Zúñiga, que fue introduciendo a los distintos
intervinientes. Y en primer lugar habló Francisco Tejada, quien,
después de los saludos de rigor, tuvo una larguísima intervención --25
minutos a reloj corrido--, donde habló de los aspectos formales del
libro --número de páginas (casi 800), calidad del papel utilizado,
encuadernación, fotografías, sobrecubiertas, editorial (Tecnigraf),
etc., un lujerío, vamos--, antes de mentar a los patronos, a los
fotógrafos principales --Juan Paredes y su hijo Víctor-- y a los
autores de la obra. Y aquí se despacharía a gusto nuestro ínclito
Tejada, echando flores, ¡qué flores!, carretas de flores, ¡qué
carretas!, vagones de flores --como estábamos en mayo, qué menos--, a
los colaboradores de la obra. Y por este orden: Manuel Terrón Albarrán,
autor del capítulo I ("Petrvus Primvs Episcopvs Pacensis"), Aquilino
Camacho García, ya fallecido, del II ("Episcolpologio Pacense"), José
Manuel Puente Mateos, del III ("Sobre el sentido teológico-litúrgico
y-pastoral de la Iglesia Catedral"), William S. Kurtz, del IV
("Introducción a la historia del Cabildo") y del VII ("Historia de la
Fábrica"), Mateo Blanco Cotano, del V ("La Catedral de Badajoz, cuna de
la educación pacense"), Tomás Pérez Marín, del VI, ("Las bases
económicas del Cabildo y Fábrica de la Catedral de Badajoz en los
tiempos bajomedievales y modernos"), Ignacio López Guillamón, que
colaboró en el capítulo que llevaba Francisco Tejada, el VIII, el más
extenso, por cierto ("Las Artes plásticas"), con un trabajo dedicado a
"Tapices", Josefa Montero García y Carmelo Solís Rodríguez, ya
fallecido, del IX ("La música en la Catedral"), Pedro Rubio Merino, del
X ("Guía general - Inventario analítico del Archivo") y Fernando Marcos
Álvarez, del XI ("La festividad del Corpus Christi en Badajoz: Reseña
histórica").
Y,
mientras el director se explayaba tan ricamente, en el centro de la
sala, junto a un proyector de diapositivas, Isidro Álvarez, de
Tecnigraf, sudaba lo que no está escrito para poner en marcha el
maldito aparato, que fallaba más que una escopeta de balines de la
feria. Los riesgos del vivo y directo. Menos mal que, casi al final de
la disertación tejediana, la cosa se arregló y pudimos ver bellas
imágenes de la Catedral, pero a paso ligero.
Después intervino el
presidente de Caja Badajoz, José Manuel Sánchez Rojas, que se mostró
encantado de haberse conocido por colaborar con otras Instituciones de
prestigio en esta magna obra y desde otra, la Obra Social, la suya.
Contándonos brevemente la finalidad cultural, social y solidaria que
anima sus actuaciones en toda Extremadura.
LA CONSEJERA
A
continuación tomó la palabra la consejera de Cultura y Turismo, Leonor
Flores, que diría que "lo más maravilloso de este libro ha sido la
colaboración entre todos". Y daría noticias de la reunión hace pocas
semanas de la Comisión conjunta Iglesia-Junta de Extremadura, al objeto
de conservar el rico patrimonio de la Iglesia en nuestra Región, con
actuaciones varias que se calificaron como "urgencias, emergencias y de
mantenimiento". Y la consejera, sonriente y encantadora toda la
función, daría un toque al Arzobispo, cuando le espetó: "En los
acuerdos sobre las actuaciones hay una exigencia: patrimonio cerrado,
no, siempre a abierto a la ciudadanía". Y todos supimos al instante,
que la policía no es tonta, a qué se refería la madama extremeña de
Cultura: la Catedral de Badajoz y sus dependencias. Para rematar, por
si alguien del clero se había molestado: "Y seguiremos apostando por el
patrimonio de la Iglesia y su mantenimiento". Muy bueno lo suyo, doña
Leonor.
Pero
la anécdota de la noche vendría un poco después cuando la hoy
consejera, recordando sus años estudiantiles en el instituto pacense de
Bárbara de Braganza, dijo que "de chica solía visitar a menudo la
Catedral". Y todo el mundo preguntándose y cuchicheando en voz baja: ¿A
dónde iría nuestra Leonorín? ¿A contemplar el bellísimo retablo barroco
del altar mayor? ¿El señorial coro, tal vez? ¿El claustro, con la lauda
renacentista en bronce del magnífico Lorenzo Suárez de Figueroa, o el
mausoleo del general Menacho? ¿Las capillas laterales y los
enterramientos de los obispos? ¿O la lámpara de López de Ayala, con sus
102 brazos? ¿Los tapices de la sacristía mayor, tal vez? ¿No sería la
cripta? ¿O la torre y el campanario? ¿O iba a escuchar la
armoniosa música de maese Apoloniez, el organista? Pues nada de nada,
colegas. Falló todo el mundo. Entonces, ¿a dónde y a qué iba Leonorín? Pues... ¡a tomar el
fresquito, así, por las buenas! ¡Y es que con la caló que hacía en
Badajoz...!
Llegados a este punto,
hago un alto en el camino. Un punto y aparte. Para seguir en una
próxima entrega con lo que aconteció después, la intervención del
Arzobispo anfitrión --con muchas novedades, por cierto--, una reseña
del libro de marras, con el abajo firmante a punto de herniarse por el peso del tocho catedralicio --¡cinco kilos!--, y un asunto que no quiero dejar pasar por alto y
que me llegó a mis entretelas, relacionado con el protocolo y el
ilustrísimo alcalde del Excmo. Ayuntamiento de esta Muy Noble y Muy
Leal ciudad de Badajoz. Y será, como digo, en un próximo capítulo, si
Dios quiere.