Estamos
en el siglo de la gente guapa. No hay más que asomarse al televisor y
enseguida descubrimos un bando de gente guapa, inmaculada,
inmarchitable impoluta. La gente guapa está ahí para ser enseñada y dar
envidia en la aldea global a aquellos que carecen de hermosura.
A
esta gente no se le exige que dé el callo, con dar el rostro es
suficiente: pelo brillante, cutis encremado, dientes perfectos, sonrisa
profidén...
Yo
ya se lo he dicho a mi papá, que cuando sea mayor quiero ser gente
guapa, como mi amigo Luis, ir a las fiestas y galas sin sacar entrada
en ventanilla, llevar una gachí rechula al lado o un maromo macizo,
según sexo, estar en las portadas de las revistas enseñando un cacho de
cuerpo por varios kilos de euros... Nada de estudiar para médico o
registrador de la propiedad, ni meterse en la cabeza arrobas de libros
para saber, cuando es sumamente fácil ser gente guapa.
Mi
amigo trae por la calle de la amargura a su padre, el cual se esfuerza
para que su vástago se haga un hombre de provecho, pero Luis, que es
listo como un lince, no le hace el menor caso porque sabe que su papá
se ha quedado obsoleto, plantado en el siglo anterior con teorías
tradicionales y no tiene idea de por dónde van los tiros.
Así que le ha cantado las cuarenta diciéndole:
--Pero si es que no te enteras, papá, yo voy a ser gente guapa.
Y el padre le ha respondido que lo que le pasa es que ha salido a su madre, que desde que se fue de casa ejerce de gente guapa.
--Mi madre lo pasa de puta madre, ¿o no, papá?
Y el padre, resignado, le ha dicho que exacto, que así es, de puta madre.
José Larrey Martínez
larrey4@yahoo.es