En primavera llegaban en sus borricos trotones, de sentadilla, con las
caras atezadas por los soles y los vientos, los dientes amarillos del
tocino de fiambrera, la hoz y el sombrero de paja. Entonces se decía lo
de “¡Ay!, cuando vengan los del sombrero de paja”, que era como una
amenaza latente en el aire, como un desahogo psicológico sobre alguna
injusticia, que, supuestamente, los del sombrero de paja, cuando
viniesen con el poder político en las manos, solucionarían con todo
rigor e ipso facto.
Y así, un día y otro día pasó, y años y lustros pasaron y el del sombrero llegó por fin cuando le dejaron.
--Oye, --dijo alguien-- que ya han llegado los del sombrero de paja sin hoz.
El tiempo no pasa en balde y ya no se usaba sombrero, así que en lugar
de con la pieza de la cabeza llegaron en mangas de camisa o
encazadorados. Bien, aquello se había puesto en marcha. Pero...
Un día y otro día pasó, y años y lustros pasaron, y aquello seguía lo mismo que los otros lo dejaron.
Sin embargo, no había duda de que aquellos eran los del sombrero de
paja actualizados, porque hablaban de los ricos y los pobres, de la
“derechona” y de los “descamisados”. Mas en el terreno económico, los
más se quedaron a verlas venir y no vieron el milagro por ninguna parte.
¿Se habrían equivocado de tipo de sombrero? Debían ser un sucedáneo,
porque engordar sí que engordaron algunos, pero los más seguían tal
cual, espera que te espera a los suyos.
Y cuentan los más viejos del lugar que algunos se convirtieron en
estatuas de sal, solidificadas, de tanto mirar atrás a ver si al fin
llegaban. Y en esas estamos.
José Larrey Martínez
larrey4@yahoo.es