14 de Noviembre, 2006
La revista Metro pasa a ser Extre-media
Sorpresa. La Revista Metro, que llevaba publicándose con este nombre desde enero de este año, ha pasado a llamarse Extre-media.
Cambio de nombre, que no de contenidos ni de filosofía editorial, por
coincidencia nominal con un periódico diario de tirada internacional, que se
sentía perjudicado en sus intereses, llamado Metro Directo,
de mayor antigüedad que la publicación que salía todos los meses en Badajoz. Como
cuando uno no quiere, dos no pelean, pues eso, los gestores de la
revista pacense han entendido que era mejor cambiar de título que
mantener un contencioso que sería largo y, por lo demás, costoso. Y
aquí paz y después, gloria. Y ha salido Extre-media,
que combina el arranque del nombre de Extremadura con el vocablo inglés
que engloba a todos los medios de comunicación. Y, para no perder
comba, especialmente para los anunciantes y los muchos lectores y
coleccionistas que tiene la revista, se mantiene el orden numérico iniciado en enero,
correspondiendo a este primer ejemplar el número 11. Y es que en
Extremadura semos asina, nada
de empezar con el 1, como mandan los cánones editoriales, no, señor,
sino con el 11. Creo que sus muchos lectores y anunciantes lo entenderán. Pasando
a los contenidos, hay que reseñar los trabajos titulados La ciudad
sucia: Educación cívica y Políticamente correctos: La Edad de Oro, de
Ana Pérez, con sendas entrevistas a Luis Alfonso Hernández, concejal de
la Juventud del Ayuntamiento pacense, y a Juan José Maldonado, Director
general de la Juventud de la Junta de Extremadura, La empresa: IHS y 70
años: Guerra Civil española. 1936, de Manuel Merino, El Viajero:
Penang, la perla de Oriente, del trotamundos Juan A. Narro Prieto,
Hablemos de vinos y Sobre ruedas: Los coches de tu vida: Peugeot, de
José Luis Méndez Martínez, Jardín Botánico: Color y flores en otoño, de
José Manuel Díaz Carrillo, La Lupa deportiva: Forrest Gump, de Manuel
Jiménez Galán (Lolino), Dudas legales: El abogado responde, de Eduardo
Rodríguez Pastor, El Expotren: Marca de Extremadura, de Pedro Gómez,
nuevo en esta plaza, licenciado en Ciencias de la Comunicación, y la
acostumbrada sección de El Avisador de Badajoz, del abajo firmante. Con
48 páginas esta vez, con una impresión de calidad y un aparato gráfico
desbordante, la revista sale con una tirada de 21.000 ejemplares, con
la novedad de estar impresos en Badajoz, en los talleres gráficos de
GrafiPrim. Y también como es habitual, la edición corre
a cargo de Plató Digital, el Imperio Naranja, llevando la manija
nuestro todoterrenal Roberto Aguado como Director gerente, con Nuria
Malagón como responsable de Gestión, y Mario Noriega como factotum del Diseño gráfico. A
destacar también, dadas las circunstancias del cambio, el diseño de la
portada, donde aparece una monería de criatura, tapándose la boca con
sus manecitas en un mohín sonriente, diciendo la frase clave: "soy metr..., uyss, extremedia".
Pepe Rabanal opina sobre el cese de Feliciano Correa como columnista del HOY
Saludos:
Siento lo que cuentan Pedro y Carmen Fernández Daza sobre el tema de Feliciano (buen amigo de mi padre), a quien estimo por su buena pluma y otras muchas cosas (de esas que se aprecian por su escasez en estos tiempos). Desconozco el detonante de eso que llamáis "cese", más no extraño el panorama, mi señor D. Quijote, pues el capital siempre cierra filas para defender sus escarcelas y así, poco a poco, las lenguas valientes que sacan a concejo las tropelías y los abusos, van siendo sustituidas por las aduladoras, las altisonantes indocumentadas, las viperinas y ... pronto nos querrán obligar a utilizar las clásicas, es decir, el latin preconciliar y el griego antiguo, que son lenguas muertas y no estorban. Por experiencia opino que no se puede cesar un columnista jamás, porque el columnista opina y la opinión libre tiene muchas tribunas, desde la tertulia cafetera al cielo abierto, no existe límite para la opinión.
Por decir la verdad, mi padre fue "cesado" varias veces; dos de ellas el cese significó cárcel (una por los rojos y otra por los azules), una persecución implacable por un remoto director de "Hoy" y un "cese" como crítico musical por otro más cercano al que respondió graciosamente: "A mí no me puedes echar porque por ésto no cobro, ni siquiera puedes decir si está bien o mal, ya sabes: a caballo regalado.... "
En fin, que me sofoco con estos temas. Lo siento por los lectores de Feliciano, que somos muchos y no nos gustan que nos canten aquel "trágala" que se estilaba en la guerra contra los franceses.
Saludos a todos.
Pepe Rabanal
¡Ocho euros, María, ocho euros!
Llegado el domingo, con este tiempo insólito --primaveral, aunque
estemos en noviembre--, medio Badajoz, sus poblados y portugueses a
discreción se dan cita en la barriada de Suerte de Saavedra, la conocida in illo tempore
por Las Malvinas, al E de la ciudad, entrando por la carretera de
Sevilla. Con lo que su arteria principal, la avenida de Antonio
Hernández Gil, donde se asientan incontables puestos, tenderetes y
furgonetas, se congestiona desde bien temprano hasta que, a mediodía,
llega la hora de la recogida. Y eso es lo que hacemos la patronal y el
que suscribe, coger el toli y darnos un garbeo en el mediodía del
pasado domingo. La barriada está hasta las trancas de gentío,
furgonetas y coches aparcados. Muchos de ellos, alineados en sus calles
y plazas pero los más tienen que meterse en los barrizales que todavía
perviven en este barrio modesto, donde la suciedad y el abandono
municipal saltan a la vista. Y, apostados estratégicamente en los
mejores rincones del lugar, como controlando al personal y diciendo
quién manda aquí, grupos de mozalbetes, macarras y horteras del barrio.
Unos, con sus galgos de caza, otros, con sus bicis y motos y otros, en
fin, con sus coches abiertos en tanto los equipos de música, a un
millón de vatios, lanzan orbi et orbi sus músicas favoritas. Y
una vez aparcado el coche en el quinto pino, más allá de la parroquia
de San Pedro Alcántara, donde asienta sus reales un hombre emblemático
del barrio, Pepe Carracedo, nos metemos en el mercata y atravesar el
pasillo humano, cuesta Dios y ayuda. Por todas partes, puestos de
artículos y prendas de confección, zapatos, complementos, discos y
casetes y demás, y, a la entrada --esta vez junto a los jóvenes
batablancas de Enfermería tomando la tensión por la voluntad--, varios
puestos de frutas y verduras de las vegas cercanas del Guadiana, así
como de las ricas aceitunas --junto a las de aderezo, a un machacante
un kilo--, donde puedes hacerte ya de las populares machás. Y todos,
con sus previsores toldos y lonas por si la lluvia les coge en bragas.
Y tras las mercancías, los gitanos con sus familias al completo,
incluyendo a los patriarcas y a los churumbeles. Incluidos los
portugueses, que Badajoz tiene mucho tirón, incluido el mercata de los
martes. Y detrás de los puestos, el vehículo por antonomasia del
mercadillo: la furgoneta. De todos los modelos, marcas y capacidades,
pero que sirven, además de medio de transporte, de almacén, descanso,
lugar para comer, dormir y unas cuantas cosas más. Y una vez en el
torbellino, donde parece que ruge la marabunta, nos cruzamos con miles
de parejas y jóvenes, muchas de ellas dándose el piquito y exhibiendo
lo que parece ser el "uniforme" del mercata: el chándal y las
zapatillas. Y los pocos que no cumplen la norma, con zapatillas y
vaqueros. Los demás, unos antiguos. Sin olvidarme de las parejas con
sus carritos de bebés, metiendo a la fuerza sus carros por el puto
medio. Pero se llevan la palma las jóvenes gitanas, guapísimas, con sus
peinados únicos, largos y negrísimos, sus tipos esbeltos, rebosantes de
vitalidad y exhibiendo un joyerío como sólo ellas saben hacerlo:
pendientes de aros, cadenas, anillos, colgantes, collares... ¡Qué
lujazo el de las gitanillas! Pero los jóvenes calés no son mancos y
parece que llevan un catálogo de piezas de oro macizo en el cuerpo. Con que me acerco a un puesto de zapatos, atendido por un tal Vicente, un gitano de pro. --¿Qué tal hoy, maestro? --Pues nada, poca venta, la gente viene a pasearse, que lo dicen los médicos. --Pues veo a la gente con bolsas... --Sí, es que hoy día la venta está loca, o vendes mucho o no vendes nada.
¡OCHO EUROS, MARÍA! Un poco más allá, un pregón me hace dar un sobresalto: --¡Ocho
euros, María, ocho euros! ¡Lo que valía quince, hoy a ocho! ¡Ocho
euros, María, ocho euros! ¡Lo que valía quince, hoy a ocho! --¿Y qué era? --me pregunta la parienta más adelante. --Ni me acuerdo, pero el descuento era buenísimo, ¿no? Pasamos por una tienda de colchones, almohadas, cojines y demás y que vemos como tienen... ¡colchones para perros! Llegamos a otro puesto, éste de camisas, y que sigo con mi especial encuesta: --¿Qué tal le va el día? ¿Mucha venta? --No está mal, no está mal. No me puedo quejar. Al menos, el tiempo nos ha dejado. Decir
esto y ver que la patronal está buscando unas camisas, que veo cómo el
puesto se llena de inmediato de mujeres, buscando y rebuscando camisas
por un tubo. Un poco más allá, en otro puesto de zapatos, un cartel
lo deja bien clarito: "Solo están los derechos". ¿Y si uno quiere
probarse los izquierdos? Mala cosa, Sinforosa, la política ha llegado
también a los mercadillos. En este deambular por las dos arterias
humana, que me topo en dos ocasiones con un hispanoamericano, bajito,
moreno, vistiendo una camiseta futbolera chirriante, blanquirroja y con
muchos escudos y marcas de publicidad, desconocida por estos pagos. Así
que me acerco y le pregunto: --Y esta camisa, ¿de qué equipo es, maestro? --Pues del Técnico Universitario. --¿Del qué?
--Del Técnico.
--¿Y de dónde es, si puede saberse? --De la ciudad de Ambato, que tiene uno de los mejores equipos del Ecuador.
--¡Enhorabuena!
ANTONIA, LA GUAPI Pero lo bueno viene cuando un poco más allá, en el
camino de vuelta, nos topamos con un grupo de alegres gitanillas, donde
destaca, por sus adornos joyeros, una tal Antonia, toda llena de
anillos, collares y pulseras, incluyendo lo último en pulseras, una que
le llega de las muñecas a los dedos. Y los pendientes, circulares, como
para que se posen los canarios. Con que me acerco a admirar tanto joyerío y le digo: --Bueno gusto, señorita. Y dinero, ¿no?, que esto vale un pastón. --¡Qué va, son de Christian Lay, que soy distribuidora! --¿Y qué vendes? --Pues oro, bisutería, lencería, perfumería... De todo lo bueno. Antonia
--Guapi le llaman sus amigas-- se iría en tropel con sus amigas,
encantada de haberse conocido, tras quedar estupefacto a un payo
impertinente. Ya de regreso, los clientes del bar Candi seguían
apalancados en el mostrador, que las tapas que les sirven de pestorejo
y de panceta están riquísimas. Y como es hora de comer y la comida
está por hacer, nada mejor que irse al Palacio del Pollo cercano
--"Para comer a cuerpo de Rey", dice el subtítulo--, en la confluencia
de las calles David de la Maya y Vidal Lucas --dos grandes maestros que
tuvo Badajoz, en épocas diferentes-- y abastecerse del pollo frito
reglamentario, las patatas y los pimientos fritos. Que otros se han
puesto las botas comprando los panes artesanos y los ricos dulces del
lugar.
¡A mí que me registren!
Que dicen los mandamases del Banco de España que, desde que entrara en
vigor el euro, allá por enero de 2002, los billetes de 500 machacantes,
también conocidos por los "binladen", que nadie sabe dónde coño están,
han subido de los 13 millones en circulación de hace cuatro años a los
106,4 millones de ahora, un subidón de la hostia, el 800 %. ¿Y dónde
andarán? El caso es que me he registrado la cartera un montón de veces
y he revisado la hucha y mirado debajo del colchón y no aparece ninguno ni en pintura. Y es que
estoy gafado con este tipo de billetes desde los tiempos de los
polvorones de La Perla. Así que estarán en los Bancos o, como me
barrunto, en manos de los mangantes --he dicho bien, mangantes, no
magnates-- del ladrillo. Que no sé por qué lo llaman dinero "negro",
como si hubiera dinero "blanco" o de otros colores, y también dinero
"B", que tal vez quiera decir dinero-bandido o dinero-basura. ¿Billetes de 500 euros?,
¡a mí que me registren!
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