¡Abuela, qué dientes tan grandes tienes!
Por El Avisador - 28 de Mayo, 2006, 0:45, Categoría: General
CAPERUCITA ROJA
Había
una vez una niñita en un pueblo, la más bonita que jamás se hubiera
visto; su madre estaba enloquecida con ella y su abuela mucho más
todavía. Esta buena mujer le había mandado hacer una caperucita roja y
le sentaba tanto que todos la llamaban Caperucita Roja.
Un día su madre, habiendo cocinado unas tortas, le dijo.
—Anda a ver cómo está tu abuela, pues me dicen que ha estado enferma; llévale una torta y este tarrito de mantequilla.
Caperucita
Roja partió en seguida a ver a su abuela que vivía en otro pueblo. Al
pasar por un bosque, se encontró con el compadre lobo, que tuvo muchas
ganas de comérsela, pero no se atrevió porque unos leñadores andaban
por ahí cerca. Él le preguntó a dónde iba. La pobre niña, que no sabía
que era peligroso detenerse a hablar con un lobo, le dijo:
—Voy a ver a mi abuela, y le llevo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
—¿Vive muy lejos?, le dijo el lobo.
—¡Oh, sí!, dijo Caperucita Roja, más allá del molino que se ve allá lejos, en la primera casita del pueblo.
—Pues
bien, dijo el lobo, yo también quiero ir a verla; yo iré por este
camino, y tú por aquél, y veremos quién llega primero.
El
lobo partió corriendo a toda velocidad por el camino que era más corto
y la niña se fue por el más largo entreteniéndose en coger avellanas,
en correr tras las mariposas y en hacer ramos con las florecillas que
encontraba. Poco tardó el lobo en llegar a casa de la abuela; golpea:
Toc, toc.
—¿Quién es?
—Es
su nieta, Caperucita Roja, dijo el lobo, disfrazando la voz, le traigo
una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
La cándida abuela, que estaba en cama porque no se sentía bien, le gritó:
—Tira la aldaba y el cerrojo caerá.
El
lobo tiró la aldaba, y la puerta se abrió. Se abalanzó sobre la buena
mujer y la devoró en un santiamén, pues hacía más de tres días que no
comía. En seguida cerró la puerta y fue a acostarse en el lecho de la
abuela, esperando a Caperucita Roja quien, un rato después, llegó a
golpear la puerta: Toc, toc.
—¿Quién es?
Caperucita Roja, al oír la ronca voz del lobo, primero se asustó, pero creyendo que su abuela estaba resfriada, contestó:
—Es su nieta, Caperucita Roja, le traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
El lobo le gritó, suavizando un poco la voz:
—Tira la aldaba y el cerrojo caerá.
Caperucita
Roja tiró la aldaba y la puerta se abrió. Viéndola entrar, el lobo le
dijo, mientras se escondía en la cama bajo la frazada:
—Deja la torta y el tarrito de mantequilla en la repisa y ven a acostarte conmigo.
Caperucita
Roja se desviste y se mete a la cama y quedó muy asombrada al ver la
forma de su abuela en camisa de dormir. Ella le dijo:
—Abuela, ¡qué brazos tan grandes tienes!
—Es para abrazarte mejor, hija mía.
—Abuela, ¡qué piernas tan grandes tienes!
—Es para correr mejor, hija mía.
Abuela, ¡qué orejas tan grandes tienes!
—Es para oír mejor, hija mía.
—Abuela, ¡que ojos tan grandes tienes!
—Es para ver mejor, hija mía.
—Abuela, ¡qué dientes tan grandes tienes!
—¡Para comerte mejor!
Y diciendo estas palabras, este lobo malo se abalanzó sobre Caperucita Roja y se la comió.
MORALEJA en especial las señoritas, bien hechas, amables y bonitas no deben a cualquiera oír con complacencia, y no resulta causa de extrañeza ver que muchas del lobo son la presa. Y digo el lobo, pues bajo su envoltura no todos son de igual calaña: Los hay con no poca maña, silenciosos, sin odio ni amargura, que en secreto, pacientes, con dulzura van a la siga de las damiselas hasta las casas y en las callejuelas; más, bien sabemos que los zalameros entre todos los lobos ¡ay! son los más fieros. |
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